En el capítulo anterior:
Tratando de ocultar un bostezo con su mano, Callie
preguntó mientras miraba la hora en la mesa de noche:
-¿Y esa Arizona de ahora quiere seguir durmiendo?, tengo
sueño, son las tres de la madrugada mi amor
Arizona sonriendo, respondió:
-Sí, pero con una condición
-¿Cuál?, preguntó Callie mientras otro bostezo se asomaba
a su rostro
-Que me abraces muy fuerte
Mientras Callie se acomodó en la cama para acoger en sus
brazos a Arizona, respondió:
-Moción aceptada, vamos a dormir, que dentro de unas
horas tenemos que salir rumbo a Valencia, en el coche que alquilamos hoy.
-Sí mi amor, dijo Arizona mientras acunaba su cuerpo en
el de Callie, quien la abrazó y la apretó contra el suyo
Arizona suspiró aliviada y antes de quedarse dormida, susurró
mientras besaba la mano de Callie:
-Te amo
Callie sonrió, besó el cuello de Arizona y luego dijo:
-Te amo también
A los pocos minutos ambas se durmieron, por el resto de
la noche no hubo más pesadillas, sólo un sueño profundo, reparador y cálido.
Epidemia – Capítulo 42 – Cometas por el cielo
Mientras
conducía el coche, en esa fresca mañana de primavera, Arizona miró el mapa en la pantalla
del GPS, sólo faltaban unos 20 Kilómetros para llegar a Madrid, luego miró a
Callie, quien dormía a su lado. La noche anterior, en Córdoba,
habían ido a tomar unas copas al bar de tapas que quedaba cerca del hotel donde
se alojaban, fue Callie quien más bebió, especialmente cuando Arizona se
ofreció para conducir el camino de casi dos horas hasta Madrid; en
consecuencia, su bella copiloto amaneció con algo de dolor de cabeza y luego de
tomar unas aspirinas, decidió dormir un poco durante el viaje, para sentirse
mejor.
Arizona,
con ternura, tocó con su mano la pierna de Callie, no pretendía despertarla,
solo sintió la necesidad de ese leve contacto cuando se percató que ella se
había quedado dormida sosteniendo entre sus manos la lista de deseos que habían
escrito juntas, “la agenda de sueños”, como Callie la bautizó.
Algunos
de esos sueños ya se habían hecho realidad, durante ese mes que viajaron en
coche desde Tortosa. Pensando en todos esos hermosos recuerdos que la
acompañarían por siempre, Arizona sonrió; aún podía sentir las caricias de
Callie que hicieron vibrar su cuerpo, sobre la fina arena en aquella cala
desierta de aguas cristalinas, cerca de Cartagena; aún podía escuchar el sonido
acompasado de los cascos de los caballos en aquel romántico paseo en el Parque
de María Luisa en Sevilla; aún podía percibir en su cuerpo, la calidez del
abrazo y la ternura de los besos de Callie en sus labios, mientras observaban,
sentadas en un embarcadero del Parque Natural La Albufera, cerca de Valencia,
uno de los atardeceres más hermosos que habían presenciado en toda su vida: los
patitos se preparaban para pasar la noche, miles de matices del cielo encendido
con los colores del ocaso se reflejaban en el lago, al tiempo que el sol,
temblando, iba desapareciendo poco a poco, como si ese hermoso lago fuera el
refugio que hubiera elegido para pasar la noche.
No
era la primera vez que ellas viajaban en coche, ya lo habían hecho, meses
atrás, cuando recorrieron la costa desde San Diego hasta Newport Beach en California; hasta ese momento ese viaje le
había parecido a Arizona lo más emocionante y divertido que había vivido, pero,
a diferencia de esa época, cuando la sombra de la amnesia de Callie y el miedo
a perderla pesaba sobre el ánimo de Arizona, ahora todo era diferente; esa
hermosa mujer que ahora dormía a su lado, no sólo sostenía entre sus manos una
agenda de sueños, también portaba un anillo de compromiso; Callie sería su
esposa, esa certeza había hecho que ese viaje en coche fuera aún más
impresionante; para Arizona, era en sí mismo un sueño hecho realidad; haber
conocido esos hermosos lugares donde el pasado, el presente y el futuro se
entremezclan a la perfección para deleitar todos los sentidos; haber reído y
cantado dentro del coche mientras se trasladaban de un lugar a otro; haber
vivido la aventura de pasear; degustar la exquisita comida que ofrecía cada
lugar; y pasar la noche hospedadas en hoteles o posadas, mientras compartían el
inmenso amor que se profesaban en cada momento del camino; era en suma, una de
las experiencias más increíbles, maravillosas e inolvidables que Arizona había
vivido en toda su vida.
Sin
darse cuenta siquiera, ella comenzó a tararear la melodía de la canción que las
había acompañado casi desde el principio en ese último mes, que se convirtió en
una de sus preferidas, en una especie de himno, desde aquella noche que la
descubrieron al ver el vídeo en uno de los bares que habían visitado; se
sintieron demasiado identificadas, porque justo en esos momentos estaban
compartiendo lo mismo que esas dos jóvenes enamoradas, todo: el viaje el coche,
las noches de copas, las risas, los paseos por la orilla de la playa, todo
salvo aquel salto en paracaídas. Arizona sonrió, recordando que habían tachado
ese loco deseo de la lista.
El
nombre de esa canción era “Cometas por el cielo”, la letra estaba escrita en español,
pero la había cantado tantas veces con Callie que ya conocía cada palabra de
memoria, y también sabía lo que significaba, porque desde aquella misma noche
en Valencia, entusiasmada por las secuencias de imágenes que había visto en el
vídeo, le había pedido a Callie que la tradujera para ella.
Arizona, sonrió de nuevo, comprendió que
después de haber vivido en soledad durante tanto tiempo, era Callie, quien había
dibujado para siempre su nombre en su propia alma, quien la había enseñado
realmente a “volar cometas por el cielo”.
Mientras
Arizona comenzaba a cantar las primeras estrofas de la canción, Callie
despertó, y sonrió. Al ver esa mágica sonrisa que cada día la enamoraba más,
Arizona, preguntó:
— ¿Cómo va esa
cabecita? ¿Aún duele?
—Ya no, está
como nueva —respondió Callie sin dejar de sonreír, mientras hacía sonar en el
reproductor del coche, la canción que había escuchado tatarear a Arizona.
Compartiendo una mirada de complicidad, comenzaron a cantarla juntas.
Cometas por el cielo – La Oreja de Van Gogh
Quédate,
esta fría madrugada
Quédate,
hasta que la luz del alba, muestre mi corazón
enredado
en la alambrada de tu voz,
que
me ha rozado el alma
Quédate
conmigo y mi suspiro será
el único
testigo que se vestirá de fiesta
Quédate
conmigo en esta noche abisal
porque
sólo tú, tú me puedes enseñar…
…A
volar, cometas por el cielo
Como
el sol
Como
el mar
Quédate,
y desnudemos nuestras dudas, de una vez
Siempre
fuimos dos lunas
Quédate
conmigo y mi suspiro será
el
único testigo que se vestirá de fiesta
Quédate
conmigo en esta noche abisal
porque
sólo tú, tú me puedes enseñar…
…A
volar, cometas por el cielo
Como
el sol
Como
el mar
Dibujar,
mi nombre sobre el suelo
Como
el sol
Como
el mar
Y que
pequeños nos verán
los
que no volaron nunca
convertido
al viento
viajar
en silencio
y
sólo tú me oirás gritar…
…Podemos
volar, cometas por el cielo
Como
el sol
Como
el mar
Dibujar
mi nombre sobre el suelo
Como
el sol
Como
el mar
Como
el sol
Como
el mar
Como
el sol
Como
el mar
A
volar, cometas por el cielo
Como
el sol
Como
el mar
Dibujar
mi nombre sobre el suelo
Como
el sol
Como
el mar
Y
así, finalmente, entre sonrisas y canciones, llegaron a Madrid. Se alojaron en
un lujoso hotel en el Paseo del Prado, con la intención de estar cerca de los
primeros lugares que querían visitar: el Parque de El Retiro, el Real Jardín
Botánico, el Museo del Prado, el Palacio Real de Madrid, el Templo de Debod, y
obviamente, para cumplir otro de sus deseos escritos en la agenda de sueños, el
Estadio Santiago Bernabéu, donde, con un poco de suerte, podrían presenciar un
emocionante partido de futbol entre el Real Madrid y el Barcelona.
Lo
que Callie y Arizona ignoraban, mientras paseaban por la hermosa ciudad de Madrid,
tomadas de la mano, compartiendo miradas y sonrisas, era que en Seattle, estaba
a punto de desatarse una terrible crisis que pondría en peligro sus vidas y la
de muchos de sus amigos.
…
— ¡Quizás
pueda funcionar! —dijo esperanzado el padre de Sebastián, mirando a su esposa.
—Es
muy peligroso, pero la vida de nuestro hijo se nos escapa. Por favor, ten
cuidado, el virus del ébola es demasiado peligroso, ni siquiera quiero saber
cómo lograste una muestra, pero por favor, ten cuidado —respondió Martha
Cracker, con un tono de angustia en su voz.
—Lo
tendré —afirmó Tom.
—Más
te vale —sentenció Martha en tono de advertencia—; sé que adoras a Sebastián,
sé que tienes las mejores intenciones, pero eres…
—
¿Soy qué? —interrumpió él.
—…Propenso a los accidentes.
—Lo sé —admitió Tom —, pero tendré
cuidado… lo prometo. Ahora, voy a entrar al laboratorio, quiero probar mi
hipótesis lo antes posible; para Sebastián, cada minuto cuenta.
Dándole un beso en la mejilla,
Martha le dijo a su esposo con cariño:
—Anda; te llamaré más tarde cuando
la cena esté lista.
Devolviendo el beso, esta vez en los
labios, Tom dijo antes de entrar a su laboratorio y cerrar la puerta tras de
sí:
—Ok, tómate tu tiempo; esto va a
demorar.
…
Callie y Arizona, salieron emocionadas
del Estadio Santiago Bernabéu, luego de haber
presenciado un excitante partido entre el Real Madrid y el Barcelona, que el
Real Madrid ganó por dos goles a uno, con un tanto marcado en el último minuto por
Cristiano Ronaldo. Mientras caminaban tomadas de la mano por el Paseo de la
Castellana, camino al hotel, Callie le dijo a Arizona:
—Ha
sido súper emocionante, y tú fuiste una pilla; sólo cuando el Real Madrid anotó
el primer gol, supe que era tu equipo favorito.
Con
una sonrisa llena de picardía, y con un fingido tono de molestia, Arizona
respondió:
—Aquí
la única pilla has sido tú, no creas que no noté como mirabas a Cristiano,
especialmente cuando metió ese gol y se levantó la camiseta.
Soltando
una sonora carcajada, Callie admitió:
—Te
amo mi pichirruchi, pero tengo ojos y ese hombre está bueno… demasiado bueno.
Arizona
se detuvo en seco, tomó a Callie en sus brazos y le dijo con un tono sexy y
posesivo que derritió a su prometida:
—Eso
lo admito, pero tú… eres mía, sólo mía.
Dejándose
llevar por la pasión del momento, en plena calle se besaron
intensamente. Cuando separaron sus labios, sobraban las palabras, ambas sabían
que lo único que querían en ese instante era darle rienda suelta a la pasión
que las estaba quemando por dentro. Sin mediar palabras, cruzaron la calle y
tomaron el primer taxi que pasó por la avenida. Llegaron a la puerta de la
habitación del hotel, y en cuanto la cerraron, comenzaron a desvestirse sin dejar de besarse.
Entre
jadeos, Callie hizo una pequeña pausa y le preguntó a Arizona:
— ¿Vamos
a la ducha?
Con
el mismo tono de voz que enloqueció a Callie a la salida del estadio, Arizona
empujó a Callie sobre la cama, mientras se acostaba arriba de ella y le decía
posesivamente:
—La
ducha tendrá que esperar, lo que haré contigo ahora requiere una cama, no la
ducha. Te haré mía.
Antes
de besarla de nuevo, Callie dijo jadeando:
—Lo
soy.
Motivada
por la pasión inevitable, Arizona intensificó el contacto de sus labios y se
adueñó de la boca de Callie para besarla intensamente. Justo en ese instante,
ella sintió el toque de sus dedos sobre el pliegue de sus bragas empapadas. Su
cuerpo reaccionó con un intenso arqueo de caderas y con profundos gemidos que
eran acallados parcialmente por el beso apasionado de Arizona.
Después
de besarla, Arizona trasladó sus labios al cuello de Callie para acariciarlo y
susurrarle al oído frases posesivas, frases que encendieron a Callie y
provocaron nuevos espasmos en su cuerpo. Luego Arizona traslado los labios
hasta sus senos desnudos.
En el
mismo instante en que Arizona comenzó a acariciar sus pezones con la lengua,
introdujo su mano entre las bragas de Callie, abrió sus pliegues hábilmente y
comenzó a acariciar su clítoris. Sus caderas se levantaron violentamente y
comenzaron a moverse al ritmo de las caricias de Arizona, que la llevaron casi
al borde del clímax, pero justo en ese instante, Arizona cambió el ritmo de sus
caricias, que se volvieron errantes, a veces sólo rozaba su clítoris, luego
aumentaba por unos segundos la intensidad y velocidad de la caricia, para
volver a ralentizarla otra vez. Entonces Callie lo comprobó, Arizona, la
volvería loca de placer, la convertiría en títere de sus deseos, la dominaría
con sus caricias por las cuales seguramente tendría que suplicar. Darse cuenta
de eso, la excitó aún más.
Callie
lo único que podía hacer era gemir, contraer sus músculos, mientras
enloquecida, movía su cabeza de un lado a otro con la respiración entrecortada
y arqueaba sus caderas buscando la huidiza caricia, esperando con desesperación
esos pocos segundos en que Arizona decidía incrementar la intensidad y la
velocidad del contacto.
Después
de dejar sus pezones duros como piedras, Arizona regresó a los labios de Callie
y mientras la besaba, intensificó las caricias sobre su clítoris. Ella alcanzó
el borde otra vez, pero entonces Arizona se detuvo totalmente y apartó su mano.
Enloquecida, Callie gimió suplicante, mientras sus caderas se movían erráticas
en la búsqueda desesperada de la caricia perdida.
Callie
estaba tan excitada, se sentía tan empapada que ni siquiera se dio cuenta
cuando comenzó a pronunciar suplicante el nombre de Arizona.
Arizona
cayó sus súplicas con un beso apasionado y después movió lentamente sus labios
hacia los senos de Callie, acarició su estómago, y cuando llegó a sus bragas,
la desnudó totalmente. Desde los pies, acarició con sus labios y sus dedos el
camino por sus piernas hasta llegar a su centro empapado. Arizona introdujo la
lengua para acariciar su clítoris. Al sentir el contacto, Callie exhaló un
profundo gemido con la boca abierta, presionando su cabeza contra la almohada,
mientras levantaba sus caderas para sentir la anhelada caricia.
Aun
así, Arizona continuo ejerciendo con su lengua, esa pequeña tortura que enloquecía
cada vez más a Callie, cambiando la velocidad de sus caricias y por instantes,
lo más desquiciante, cuando separaba su lengua al mismo tiempo, que introducía
su dedo para acariciarla dentro de su vagina. Arizona tenía el control, y sólo
cuando ella lo decidió, combinó todas sus caricias, usando la lengua para estimular
el clítoris de Callie, los dedos de su mano derecha para embestirla con
movimientos rítmicos y la mano izquierda para acariciar sus pezones. No había
fuente de placer que Arizona no estuviera cubriendo con sus caricias, con su
lengua.
Callie
apretó la cabeza contra la almohada exhalando intensos gemidos a través de su
boca abierta, levantó sus caderas con fuerza, mientras que con los puños de sus
manos apretaba la tela de las sábanas. Fue entonces cuando un temblor
incontrolable se apoderó de su cuerpo, especialmente de sus piernas, experimentando
unos segundos después, un orgasmo largo, exquisito e impresionante.
Con
la respiración entrecortada, Callie exhaló en un gemido el nombre de Arizona y
comenzó a repetir una y otra vez:
—Soy
tuya, soy tuya…
Arizona
levantó su rostro para mirar a Callie, le regaló una hermosa sonrisa con
hoyuelos y lentamente subió por su cuerpo, acariciándolo con los labios. Cuando
sus rostros se encontraron, Callie la miró a los ojos, asaltó sus labios y la
besó con locura, y mientras ese beso se prolongaba, Arizona con sus dedos buscó
nuevamente el clítoris de Callie, produciendo en su cuerpo un espasmo
incontrolable cada vez, que apenas lo rozaba.
Arizona
siguió estimulando el centro empapado de Callie, rozando su clítoris sólo
esporádicamente, con lo cual logró lo que quería, excitarla otra vez, y mientras
se besaban, la propia Arizona se estremeció al sentir los dedos de Callie
acariciando su clítoris. Esta vez no hubo burlas, mientras el placer que se
entregaban mutuamente aumentaba la intensidad de sus gemidos que se confundían,
Arizona experimentó un orgasmo y minutos después Callie lo alcanzó también.
Respirando
con dificultad, Arizona se rindió colocando su cabeza sobre el pecho desnudo de
Callie, mientras ella le acariciaba con ternura, los rizos despeinados de su
cabello. Después de compartir algunos minutos de intensa ternura, que acompañaron
con profundos besos, la pasión reapareció. Con un sensual movimiento de su
cuerpo, Callie se colocó encima de Arizona, y le dijo con tono endemoniadamente
sexy, antes de atrapar sus labios en otro beso apasionado:
—Mi
turno.
Esta historia
continuará…
Bueno, mis queridas lectoras, ahora sí, he retomado oficialmente la
continuación de Epidemia y con este pequeño capítulo que acaban de leer se
darán cuenta que entraremos en la última parte de la historia, la que le dio el
nombre a la misma. Ha sido una larga espera, lo sé; pero, como algunas de ustedes
ya sabrán, mi ausencia tuvo un motivo muy especial para mí. Finalmente, he
publicado mi primera novela en Amazon: “El amor va por dentro”.
Para aquellas personas que aún no lo saben, me permitiré incluir aquí,
una pequeña sinopsis:
Cristina Henderson, es
una brillante y exitosa doctora en medicina, especialista en cirugía plástica y
reconstructiva. Al finalizar su ponencia en un congreso médico celebrado en
Nueva York, un padre desesperado le pide ayuda para su hija, una joven de 24
años, quien tiene la mitad del rostro desfigurado y cicatrices por quemaduras
en el resto de su cuerpo. Amanda Karsten, fue atacada dos años antes por un
grupo de fanáticos religiosos, que quisieron "darle una lección“, por ser
lesbiana.
El amor va por dentro,
desnudará los sentimientos y las sensaciones de dos mujeres, que aprenderán a
amarse más allá de las cicatrices, y de sus propias inseguridades. Esta tierna
historia de romance lésbico, será el marco para exponer una profunda reflexión
acerca de la homofobia.
Bueno, espero que les haya gustado este nuevo capítulo de Epidemia; el
siguiente ya está en la sala de redacción, y será publicado muy pronto. Con
respecto a “El amor va por dentro”, pueden hacer clic aquí para leer gratuitamente los primeros
capítulos de esta hermosa historia de amor, la cual podrán adquirir en Amazon, si lo desean, a un precio
promocional de sólo 0,99$, durante todo el mes de octubre; lapso durante el cual, les
propondré un nuevo y divertido concurso, cuyos detalles y condiciones anunciaré
en los próximos días, tanto en mi blog de WordPress, como en mi cuenta de twitter, con el
hashtag #ConcursoEAVPD.
Un abrazo,
Miki
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